sábado, 14 de marzo de 2009

Viaje en minúscula

Doblaba a la esquina como si fuera algo mágico, justo mientras ella se acomodaba en la fila. Contó las monedas que guardaba en su bolsillo, pacientemente se acercaba hasta que pudo subir, pidió su boleto tímidamente, como si le contara algo secreto al conductor. Quizás el mensaje iba en su mirada. Caminó por el pasillo hacia el próximo lugar libre, pidió permiso y miró la ventana con alivio. Observar era sin duda su actividad favorita. Podía viajar en silencio o musicalmente, editando sus imágenes que en sintonía a sus pensamientos transcurrían por sus ojos como su propia película. Podía leer y escabullirse, dentro de la historia como si la postura de su cuerpo anunciase a los pasajeros ¨tengan el bien de ser silenciosos durante el trayecto, alguien está haciendo algo muy importante¨. Otras veces levantaba su cuello y miraba para todas partes, arriba, abajo, en los labios y brazos de la gente, sus pies, sus ojos, los peinados, el lenguaje de un paisaje compuesto únicamente por humanos, otras solamente observaba la belleza de los árboles, el color del cielo o la hermosa arquitectura creada por aquellos antiguos humanos. Soñaba con su vida todo el tiempo. Y aquello que a sus ojos parecía una poesía visual perpetua, era como la tortura más íntima a la que se sometía, no se trataba de imaginarse mirando al espejo. Realmente era introducirse en un espacio donde los colores eran intensos, los objetivos claros, las fotografías como obras, los positivos restaurados, un lenguaje corporal tan sabio como quien respira una paz interior que acariciaba al cuerpo desde adentro. Aquellos sueños la configuraban, se regía por ellos, se confundía en sus aromas y le restaban lo que naturalmente se produce por lo que la espontaneidad impone. Los cálculos siempre presentes congelaban las imágenes, de manera tal que cuando ella obtenía el contenido de la continuidad de la historia, la misma si no había culminado, había tomado su propio rumbo, el que la realidad dicta como un colectivo que doblaba la esquina y dejó pasar, por no tener aquellas piezas doradas legítimas, pequeñas llaves del observatorio.

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