viernes, 9 de octubre de 2009

nunca renunciar al abismo

Ocurrió durante la noche, el vino se había derramado como la sangre. Solo viste un líquido rosado furioso y dulce.El exceso se cae por el cuerpo que dice ser el propio, pero miente. Podría ser cualquier recipiente, o quizás como un afluente corporal vagueando a cuenta gotas por los agujeros de un rostro inconcluso y desesperado.

Corrió la cortina, está sentada en el extremo de su cama, miró por la ventana, directo al santuario, en el reflejo pudo leer con esfuerzo una cicatriz que indicaba sus iniciales. La llevaba en la frente, la luz aún siendo tenue le quemaba los ojos, bebió agua con desesperación. Sintió como si fuera un balde de agua fría en pleno carnaval pero dentro de su cuerpo. Las gotas salpicaron las paredes, los recovecos aún siguen sucios, repletos de sangre coagulada que de nada sirve, que se acumula un poco mientras el resto va y viene para que todo funcione como funciona. Estático, o mecánico. Tal como los recuerdos, como la espera inútil que solo conseguían agravar el malestar general de todos los cuerpos que danzan por el dolor empecinado sin llanto, duro e insignificante de todos los tiempos que juegan con nosotros.

Esperar es una acción completamente extravagante, pretender aún más. El olvido pende de un hilo que se descose sigilosamente. El uso y abuso de las sustancias adictivas a la memoria, la cosificación de las personas, que gastan sus recuerdos, se aproxima entonces a la sensación de olvido.
Pero no, no es así como parece, la pérdida del interés se debe a malgastar sin sentido en la mayoría de las veces los pensamientos erradicados en algo que ya se sabe que no sirve de antemano, esperando dar con la notable noticia cual si fuera una novedad de sentir aquello mismo que se siente cuando uno decide tirar sus zapatos favoritos, hermosos de aún tan viejos que parecen, con los agujeros y descosidos, guardando vestigios de un proceso de coagulación antiguo. Así nos olvidamos sin olvidar solo al comprender la inutilidad, el ciclo, la abertura y cerradura de nosotros mismos. Creemos que todo aquello ya no está adentro nuestro, pero debe volver al afuera, lo que al exterior le pertenece.
Las paredes de ciertos lugares, las algas, el agua y el cielo también, los sonidos despedidos de mi boca, la saliva que escupo con desgano.
Lo que adiciona al vaciamiento, para agregar un lugar. Para no diluir nunca más en este espacio atemporal donde nada sucede con la certeza de que sigue sucediendo, ya pasó.

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