Hace unos días, cada tanto cierro los ojos y recuerdo, cuando sentía aquellas cosas. Vamos a decirle cosas, porque no quiero que se despierten por su nombre, ni que interrumpan este viaje interior. Menos saber qué hice con ellas, donde las dejé perderse hasta el olvido. Pero volvamos a la situación inicial, antes de pensar a que saben esas cuestiones, estuve imaginando eso que vi con mis propios ojos, ese tren que se alejaba mientras subía en la desolación, un silencio que envolvía a lo lejos el lugar donde vivían algunos tantos desconocidos. Y miraba desde mi ventana, preguntándome que distancia es la suficiente, cuánto necesito alejarme. Imaginaba un mapa de la escuela primaria, cuando escribía los nombres de las provincias y los países limítrofes, soñaba con irme a conocer incontables lugares. La sensación de la que hablo es la de saberse el cuerpo lejano, ubicado en la latitud de la memoria, donde lo corriente cobra un significado sorprendente. Pasamos varios pueblos, perdidos en la ruta, antes de caer el sol, desde mi ventana pude ver una familia entera en plena ceremonia, pues saludar con alegría, aquello que no pasa cada quince minutos, hizo sentir el corazón de nuevo, y las cosas que aquél le sucedieron pude verlas dibujadas en el cielo. Pero no las llamaremos por su nombre, al menos no todavía.
miércoles, 29 de julio de 2009
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1 comentario:
El anonimato de lo mencionado devela su identidad cuando el viaje se detiene en el tiempo por una milésima de segundo, para contemplar lo que abandona en su parpadeo y vislumbrar lo que se avecina inconmensurablemente. Después continúa su recorrido y se desvanece en la inmensidad de la travesía.
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