viernes, 17 de abril de 2009

Rayos convergentes

Es que no lo veo necesario, pues sus ojos convergen muy bien señorita X. Esas fueron las notables palabras de su no tan querido médico y fué el quien añadió que aquello que ella pensaba, evidentemente no existía y por lo tanto no había motivos suficientes como para realizar tal visita.
Señorita, se alejó indignada, pues había corrido demasiado para cumplir con aquella cita, y le dijo con buenos modales, que si bien ella sabía que veía como ven las personas que gozan de excelente salud visual había algo que no estaba del todo bien, pues las lágrimas, el dolor y sus derrames con coloración creciente algo debían de significar puesto que a esa altura era inevitable sentirse un tanto ridícula, y necesitaba justificar el acto de asistir a dicho consultorio creyendo que si existía la carencia de aquello que como un impulso irresistible de deseos cristalinos que obren infaliblemente en cierto sentido reparador para sus globos oculares, pero evidentemente como si estuviese ciega de la cabeza, estaba muy muy equivocada.


Y en ese momento de reflexión, escuchó la voz de aquella detestable mujer, como si el mundo sonoro se hubiera suspendido para que sus palabras retumben en sus oídos como si le hablara desde adentro de su propia cabeza. ¡Salga usted de aquí! dijo la I griega que no adiciona con nada útil. Le pido se aleje pronto de este lugar, tómese la cantidad de trenes que usted crea necesarios, tómese un colectivo que discrimine entre turistas e inmigrantes, asista subversivamente a su olvidado escenario laboral y prepárese para aquella audiencia, porque querida recuerde que en las artes gráficas como en el mundo entero, la lógica es inalterable y usted sacó a pasear su alteridad.


Señorita equis, tratando de comprender aquellas palabras, tomó sus cosas en silencio, con el silencio de las mismas a cuesta y cerró la puerta de consultorio W. Para no quedar resguardada nunca más, pues ya se lo dijeron antes, hay algo que debe soltarse y no son justamente sus ojos que a la distancia se ven como dos huecos enormes. Cruzó la calle y empezó a caminar, como si de repente la atenuación de las señales externas de duelo se hubiesen adueñado de ella que no era ella.

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