jueves, 25 de diciembre de 2008

He aquí el eclipse


Los días pasan como las canciones de un disco que ya no escucho, paso del sueño a la vigilia con un estadio similar a un eclipse mental colmado de elementos que se instalan en mi retina interior como si fueran películas fotográficas, que mediante lentes cóncavas y convexas producen las imágenes imposibles, hologramas y demás especies de mis yo personificados modelados como con un poco de plastilina colorida donde solo se producen maquetas síquicas que se paran en un foco de atención donde como una alarma insoportable cual si fuera un despertador me dice, hola buenos días, mirá todo lo que pasó en este día. Y yo ahí tratando de recordar sin escribir eso que me acontecía y era tan real que la realidad en verdad no existe, son las percepciones las que nos seducen y convencen de esos extraños acontecimientos que sin mentir nos invaden todo el tiempo. Pero hablemos del sueño sin hablar con nadie, osea contemos los sucesos del uno al diez sin repetir y sin soplar, esto pasaba así en aquel lugar donde enseñan cosas aburridas y la gente estudia de memoria. Solo que pese a conservar su cercanía al río, se encontraba un poco más elevado que lo que se puede ver a ojos abiertos. El aire de la noche era fresco y oscuro, detrás de cada árbol una familia funde sus raíces. Y el yo que protagonizaba el sueño descendía los extensos escalones hasta descubrir en su tobillo derecho algo con forma similar a una puertecita, como una cueva o una entrada sobre si que no conduce hacia ningún lado. Tomaba la piel y abría sin asco. Las mutilaciones del cuerpo imaginarias pensé. Había descubierto mi propio hueco que no era hueco sino que solo lo parecía. Introduje entonces siendo yo la escribiente, mi mano en aquello que parecía mi interior pero estaba lleno de algo que parecía carne roja y fría. No había lugar, pero de todas maneras mi mano permanecía adentro. Las delicias de la carne y la literatura, recuerdo pensé. Retiré muy despacio y con rechazo la mano de mi hueco. La verdad era que no servía para nada, yo pensé que al menos podría utilizarlo para guardar cosas, pero no. Estaba lleno de algo horrible. Por un momento sentí verguenza, me paré y vi que a simple vista parecía un hoyo negro, entonces doblé con cuidado mi piel cosa que nadie lo notara. Tenía una mutilación enorme, pero caminé como si fuera lo más normal del mundo. En ese momento noto que unos seres extraños comienzan a perseguirme y es el miedo quién me activa normalmente. Corro con todas mis fuerzas, cruzo la calle sin mirar, veo un puesto de diarios cerrado y subo a un colectivo de color verde. Aliviada, verifico que el hueco que no es hueco siga en su lugar.

Ahuecarme la cabeza quizás sea posible para otra oportunidad onírica o a quién se atreva con gusto espero ya que tiene que haber algo para que exista un vacío y otra ocasión también para aprender a escribir en cuarta persona.

1 comentario:

Intrínseco dijo...

En los agujeros siempre se esconden cosas, sino perderían su esencia y serían paltas, canelones o alcauciles, pero no agujeros. Por lo general, allí suelen refugiarse los miedos que no quieren que los ultravioletas los contaminen con sus clorofílicos rayos invencibles. Por eso se invisibilizan y entonces el agujero simula ser un hueco vacío. Pero a través del aire y el silencio emerge una ensordecedora tangibilidad que resquebraja el horizonte en infinitas formas, que buscarán refugio en algún otro agujero.