La maceta sigue en su mismo rincón, el balcón dibuja la continuidad que constante y perpetua vigila a quien se esconde bajo las vestimentas de estación.
Como el de una radio, el dial cotidiano cambia, todo parece un desastre inadvertido pues asombrosamente se trata siempre de lo mismo.
Los vidrios aislan el frío enternecido de la intemperie. A veces lastiman, se rompen, mutan en suciedad porque alguien o nadie los limpia. Se empañan, adornan o espían, saben de su condición sólida, dura, frágil y transparente.
La lluvia cada tanto visita la flor, siempre en el mismo lugar, una parte de la luz se refleja y unas cuantas palabras se refractan por mi boca como láminas pequeñas de un débil cristal estallado, es que a nadie le gusta masticar vidrio. ¿No?
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