Son las siete de la mañana, el inentendible al menos volvió al otro lugar donde todo esto ocurre:
Me fuí de viaje con Florencia, llegamos en tren a Vittigia, un pequeño y alejado pueblo. Al llegar al destino inexistente solo pretendía fotografíar la imagen proyectada por la curva del tren. Cierta luz era la protagonista de dicho paisaje. Una arboleda torcida, un cielo casi color magenta y el reflejo intermitente del sol. Lamentablemente la cámara la guardaba mi amiga que en ese momento ya no era F sino Pomelo, por lo que la demora de informar las intenciones fotográficas tornaron imposible la captura. El tren llega a la estación mencionada, era pequeña y cálida. En las vías del tren veo a un hombre que sacaba una fotografía hacia donde yo había pretendido, pero no era lo mismo. Disfruté que el hombre no obtenga esa imagen.
Expliqué los motivos de mi risa maligna, mientras caminabamos hacia la galería del pueblo, subimos por una rampa y el primer local a la derecha era un almacén, afirmaba que eso ocurría en todas las galerías al igual que las iglesias o catedrales siempre están frente a la plaza principal.
Buscabamos un quiosco, pues tenía sed. La inflación había llegado a mis sueños, la cepita había aumentado a $9.30. Para mi que se avivaron, reflexionaba al respecto y a la inutilidad de colocar un quiosco al lado de otro. Pero subsisten y eso siempre me asombra.
Con mi compañera de viaje, entramos a un tercer local, a la izquierda había un mostrador de madera antiguo, colmado de ropa. ¡qué mal gusto! Sin embargo, a la derecha de la locación se encontraba mi señora madre haciendo sociales como es costumbre, la saludo y algo me expulsa de ese lugar. Sigo caminando sola, veo una inmobibliaria, el inentendible estaba sentado con su sweater color beige, no se le veía el rostro. Me doy vuelta, miro de nuevo. Era èl. No había dudas.
Trabajar trabajar, solo se puede mentir y trabajar. Cobarde poco hombre, miro una estatua que adornaba la galería, el empedrado me resultaba poco cómodo, miro la cantidad de piedras que me rodeaba, aquella con forma de hombre que vigilaba el paseo y aquella piedra que trabajaba trabajaba sentada en una silla que lucía confortable. Pienso que la piedra humana, tiene una vida paralela, donde yo soy su piedrita infiltrada en sus zapatos elegantes y marrones. También siento que estoy equivocada. Me voy con mi margen de error a otro lado, eso no era más que una pérdida de tiempo o de eso que se pierde cuando no hay un sentido particular y no común.
Busco un lugar para ir al baño, era un bar bastante particular, veo a una chica que tiene un nombre raro, que es superpasada de la vida y que no quiero decir su nombre, ella sostenía una taza de té, hablamos de cosas que no nos importan en absoluto.
Abro la puerta, entro al baño. El inodoro estaba sobre un cubo de color negro, era un baño dadaísta, lo excéntrico generalmente es poco práctico, era increíblemente alto y encima estaba sucio. Comienzan los malabares femeninos, si aquellos que suceden en la intimidad de un cubículo cuando se piensa en comprender el porqué de la ausencia y el silencio del inentendible. Quién con certeza afirmo me había visto caminar y siento que lo volveré a ver en otro circo.
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