lunes, 16 de febrero de 2009

trece días

Llovió y estoy escribiendo todo muy desordenado. Ya habíamos cruzado la frontera, pero esta vez era diferente. Algo se había quebrado en mi mundo interior.
Soy el vértigo, bailo con el viento, vivo un intervalo en el trópico de capricornio, me siento en una calle y me lleno de polvo. Observo bebo y duermo en un hombro ajeno. Tengo las manos congeladas. Los ojos lastimados, rojos, sensibles y todo lo que ello significa que nosé bien que significa pero siempre hablo de un todo o nada cuando no me animo a enumerar o callar o cerrar los ojos sin sentir dolor. Se había roto el mecanismo visual, pero así y todo logro recordar aquello que se vé cuando se sueña, cuando se vive del otro lado. Iba de la mano con una niña que estaba a mi cuidado. Yo tenía en la pierna una herida, siempre con las mutilaciones en el cuerpo parece, no era un hueco esta vez. Sino que un corte, una herida en la parte superior de mi pierna derecha. Desperté y estaba muy lejos en mi lugar favorito de todo el mundo. Sentí eso.
Esa mañana desayunamos en la calle, en un escalón que no era el propio. Busqué mi sorpresa que viene en un huevo gigante que sabe a montañas y cielos de colores maravillosos, hay cosas que definitivamente se comen con los ojos y otras que se compran con la boca.
Quería emprender un regreso sin volver y pensé en algo que escribí antes en un papel que se me voló en un desierto colmado de rocas gigantes. Pude recuperarlo sin aire. Era una pequeña poesía acerca de la geografía musical, dibujé lo que veía porque las palabras a veces no son tan precisas y cerré el cuaderno azul de pintitas blancas. Aún sostenía su pequeña mano. Estaba completa, con la sombra incluída.

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