Durante la noche del 18 de enero fué que ocurrió, los vidrios se encontraban empañados, dibujados y el cielo solo se empeñaba en ocultar su color de origen. Quizás era de noche, quizás era de mentira.
Pero siguiendo la línea nocturna, puedo decir que aquella se vió interrumpida por un desfile de insectos sobre mi ventana. Lucían sus atuendos horripilantes a la perfección, algunos eran extravagantes y de mayor tamaño que otros. Tuvimos que asesinarlos y no lo digo con culpa. Algunos fueron víctimas del agua, otros pudieron posar ante la lente fotográfica que conforman mis ojos hasta ser correctamente eliminados. El público carente de visión, conversaba de aquellas cosas de las cuales hay que hablar en sociedad cuando nada se tiene para decir y no se animan a callar. Lamentablemente, claro.. no todos saben interpretar los silencios, pero eso no viene al caso ahora ni después.
Fué el labor de los iluminadores el que salvó mi velada. Han desplegado los mejores efectos espaciales, rayos y relámpagos previos a la lluvia renovadora. Quebraron el cielo gris en quien sabe cuantas partes, trazaron un mapa allí con un secreto sideral. Las lágrimas danzaron en lo alto del paisaje, fué un gran espectáculo de larga distancia.
Kilos de aplausos se suspendían gloriosos en el aire. Incontables cantidad de horas colmaban los choclos que adornaban la ruta, el camión ruedas para arriba reía descontroladamente.
¡Hemos visto un gran accidente! ¡Esto mañana saldrá en las noticias, nunca había ocurrido antes en la historia de la monstruosidad!
Miles de humanos choncando palabras a diario, en el mejor de los casos, pues ellos como las rutas están bien difíciles.
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